viernes, 21 de agosto de 2009

Néstor Sánchez / La novela de los futbolistas que jugaban descalzos


 


SE REEDITA SIBERIA BLUES, 
EL GRAN TEXTO DE NESTOR SANCHEZ 


La novela de los futbolistas 

que jugaban descalzos 

Aparecida en 1967, se convirtió en una obra de culto de este autor inclasificable.

Vicente Muleiro
Diario Clarín
13 de junio de 2006


Cultor de la antinovela. O de la narrativa poemática. O de la narrativa del lenguaje. Ninguna definición encuadrará con exactitud al escritor que fue Néstor Sánchez (Buenos Aires 1935-2003) pues para él toda definición clausuraba y se parecía a la muerte, a una muerte que odiaba y que le había hecho delirar con una vida de tres centurias.



En los movidos años 60 Sánchez le acercó una novela, Nosotros dos, a su escritor preferido, Julio Cortázar, y aunque ese texto no estaba destinado a prenderse en las listas del Boom de la literatura latinoamericana, Julio, ya campeón en ventas, consiguió que la publicara Editorial Sudamericana para asombro de algunos y azoramiento de muchos más. ¿Que venían a decir esas largas parrafadas eufónicas, esas secuencias dispersas, como súbitos pantallazos a la postre olvidados dentro del mismo libro? ¿Venían a desafiar los callejones con escasas salidas que entonces planteaba la vanguardia? ¿A plantarse como posvanguardia?

Pues no era eso lo que quería el autor. El autor esgrimía una definición severa y juzgaba casi como un rasgo inmoral no experimentar con la narración después de que su novela tótem,Ulyses de James Joyce, hubiera tapado unos cuantos soles que habían salido hasta la segunda década del siglo XX.

Con esa poética descarrilada iba a conseguir lectores-fans y una evidente descolocación en el mercado. Pero el tiempo recoloca algunas cosas. Hace dos años el sello Alción, de Córdoba, reeditó Nosotros dos y ahora Paradiso se arriesgó con su texto más amado, Siberia blues, una novela situada en los arrabales porteños de los años 40, en la afamada "Siberia" de Buenos Aires, una zona donde Saavedra comienza a hermanarse con Villa Urquiza y que estaba dominada entonces por empedrados carcomidos y potreros donde un grupo de lúmpenes juegan al fútbol descalzos y hacen de su condición outsider una virtud. Los muchachos se suponen una aristocracia callejera que pretende esquivar cualquier variante de productividad porque no trabajar es la única y arriesgada actitud que permite darle cuerda al deseo y hacer de la mirada y de la acción una posibilidad de estética.

Es que el francotirador se había criado entre poetas (Gianni Siccardi, Edgar Bayley, Enrique Molina y Francisco Madariaga se contaban entre sus amigos) y leyendo, sobre todo, poesía. Pero decía que el verso se le negaba y que entonces no tenía más remedio que poetizar en prosa, quemarse con Joyce, admirarse con Cesare Pavese, enemistarse con casi todo el mundo.

A sabiendas o no, Sánchez fue un artista de la descapitalización: el creciente perfil de escritor de culto no lo tentó para quedarse en Buenos Aires. Entonces vagabundeó por Perú, por Estados Unidos —donde abandonó la beca que le habían otorgado en Iowa y vivió como un homeless—. Siguió los credos de Gurdieff y de Castaneda tratando de entrever quién le abría una puerta a la inmortalidad. También pasó por Roma, ancló en Barcelona como traductor de Seix Barral y en París como lector de Gallimard. En Europa le publicaron otra novela, Cómico de la lengua, un sprint violento para escapar del lenguaje que juzgaba esclerosado.

Ahora ha vuelto por aquí con Siberia blues. Avance el lector sin prejuicios, juegue con cada página y hasta atrévase a reconocerse en climas, calles y situaciones que alcanzó a vivir o que conoció de mentas. Se encontrará con aquello que un verdadero escritor quiere hacer: entregar un punto de vista con la cámara puesta en otro lado. Y con esos torrentes de lenguaje donde habita una estirpe de narradores en la que caben el español Juan Goytisolo, el mexicano Vicente Leñero o el cubano Severo Sarduy. Esos que no quieren reproducir un lenguaje ya oxidado por su trajinado uso en las alturas.



Sánchez básico



Escribió cuentos y novelas. Publicó Nosotros dos (1966); Siberia blues (1967); El amohr, los orsinis y la muerte (1969) Cómico de la lengua (Barcelona, España, 1973) y La condición efímera (1988). Tradujo obras de René Daumal, Cesare Pavese, Louis Ferdinand Celine y Henry Michaux, entre otros poetas y narradores. Fue bailarín de tango junto a Juan Carlos Copes. Viajó por Latinoamérica, Estados Unidos y Europa. Tuvo etapas místicas siguiendo las enseñanzas de Gurdieff y de Castaneda. Su hijo Claudio ha musicalizado ««3Nosotros dos y hará lo mismo con Siberia blues


http://www.paradisoediciones.com.ar/rese%C3%B1as/Siberia%20blues%20-%20Clarin.htm


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