viernes, 5 de febrero de 2010

Juan Carlos Onetti / Carta a Juan Rulfo

Juan Rulfo
Juan Carlos Onetti
CARTA A JUAN RULFO

Madrid, 20 de mayo de 1985
Querido Juan:
Por vía secreta y apresurada te envío estas líneas con el amistoso propósito de ponerte en guardia. El tortuoso fabricante de poemas, y seductor diplomado que lleva, con vanidad incomprensible, el nombre de Félix Grande, sujeto que hace años destronó, creo que para siempre, mi dichosa tranquilidad, tan apartada del mundo literario, se propone hoy hacer lo mismo contigo.
Por infidencias muy bien pagadas he podido enterarme de que los Cuadernos Hispanoamericanos están preparando sigilosa y traicioneramente un número monográfico dedicado a mi persona y a ese silencio que mantienes misterioso. Todos los corruptos colaboradores que logre sobornar Félix Grande para cumplir su incalificable propósito, no solo se preguntarán por qué Juan Rulfo no ha escrito más que "Pedro Páramo" y "El llano en llamas" y mucho me temo que abunden seudosagaces investigadores que den respuestas a tal fenómeno.
En apariencia y para todo el mundo lector, que una revista cultural y sobre todo cuando tiene el prestigio de Cuadernos Hispanoamericanos dedique un número monográfico a Juan o a Pedro significa un homenaje, un reconocimiento de los valores literarios del monografiado. Pero la verdad es que el lector, pasando páginas, comprueba que absolutamente todos los colaboradores, en ¡nocente conjura, sólo escriben, unos tras otros, sobre el mismo tema, acaba por odiar al así homenajeado. Esto se llama saturación, puñalada a traición. Porque ni siquiera se consulta al infeliz, victimado y tanto da que haya muerto o continúe respirando. En cualquiera de esas circunstancias le está vedada la defensa y sus lectores, enfermos de resaca, jamás volverán a leerlo.
Espero que por esta vez sepas callarte, hacer un esfuerzo para no contestar cartas, huir de reportajes y de cualquier otra forma de publicidad. Hay un silencio aunque mucho te cueste y permanece quieto en tu rinconcito mejicano donde le dedicas a lograr la felicidad indígena.
Yo, por mi parte, dando satisfacción al legítimo deseo de molestar, molestias que fortifican la amistad, te abrazo y te pregunto por enésima vez:
-Querido Juan, ¿hay Cordillera?
Y tu contestarás que no, también por enésima vez y seguirás embriagándote con la inmortal coca-cola, orgullo legítimo de la cultura yanqui.
Con el viejo cariño de siempre,

Juan Carlos Onetti


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