martes, 30 de agosto de 2011

Saúl Yurkievich / El albacea de Julio Cortázar


Entrevista a Saúl Yurkievich,
el albacea de Julio Cortázar
Por Marcos Rosenzvaig, desde París

“El escribía como improvisando jazz. No estaba sujeto a una disciplina. Corregía poco, todo le salía casi naturalmente. Para él, era como un juego fácil y divertido”. Así recuerda a su amigo el hombre a quien, por testamento, Cortázar le dio poder sobre toda su obra inédita.  Un día cualquiera, un día de invierno que ni siquiera recuerda, cansado de transitar números para hacer un sueldo, Saúl Yurkievich decidió junto al poeta Cacho Calveira viajar hacia París, el sueño de los intelectuales latinoamericanos de los años 60. Catedrático de la Universidad de París, contratado luego por varias universidades de Europa y de América (fue profesor en Connecticut, Maryland y Pittsburgh) Yurkievich es hoy una eminencia en la enseñanza de la literatura. Pero, además, tiene una producción importante, que gira en torno al ensayo y a la poesía: Berenjenal y merodeo, Riobomba, Celebración del modernismo, Trampantojos, Julio Cortázar, al calor de tu sombra son algunos de su títulos. Nacido en La Plata en el año 1931, de hogar humilde, decidió de joven el camino que según su padre no le daría dinero pero sí riqueza espiritual. Apenas llegado a París hizo amistad con quien sería uno de los grandes escritores del siglo, Julio Cortázar. La amistad fue haciéndose de a poco, en días y noches en que hablaron de la literatura y compartieron cuitas mucho más mundanales. Saúl acabó siendo el amigo necesario. Al morir Cortázar en 1984, tras un viaje a la Argentina en que en vano intentó ser recibido por el flamante presidente Raúl Alfonsín, lo nombró albacea sobre su obra inédita. En esta entrevista, Yurkievich cuenta la historia de su relación con el mítico escritor, y cómo era su intimidad.


Saúl Yurkievich

             –¿En qué circunstancias se conocieron?
–Lo conocí a la semana de llegar a París. Teníamos un amigo en común. Era el año ‘62, época en que había comenzado con los primeros apuntes de Rayuela. El había obtenido un premio muy importante compartido con Mujica Lainez, con ese dinero él creyó poder comprar una casa sobre la playa en el sur de Francia. Allí se dio cuenta que el dinero no le alcanzaba ni por asomo, así que empezó a retroceder y retrocedió 100 kilómetros. Al este de Avignon, encontró una casa pequeña con una terraza formidable que daba a un valle sobrecogedor. Allí pasaba el verano, pero era un verano alargado. Encontraba tranquilidad en ese marco campesino, pero naturalmente necesitaba también de la ciudad. De forma tal que la otra parte del año volvía a París.
–¿Cómo jugaba con el azar, en la vida cotidiana de Cortázar?
            –Él tenía una gran frescura, una pureza de niño, una gran capacidad de asombro. Era capaz de abrir un mapa y señalar a ciegas un punto con el índice y elegir de esa manera el sitio donde caminar, también era su forma de salir de los recorridos habituales, o bien utilizaba el I Ching, o alguien elegía por él, porque creía mucho en las fuerzas extrañas, llámese magnetismo, tropismo. Era muy lúdico, tenía una libertad extraordinaria. Caminábamos mucho París, veíamos exposiciones, teatros. El era algo así como un explorador urbano, un montañista del cemento.
–¿Qué cosas coleccionaba de la realidad?
–Siempre que iba de viaje traía juguetitos a cuerda, los mostraba y nos divertíamos juntos. Ositos que andaban en bicicleta o cosas por el estilo. Esas cosas le atraían enormemente. Armaba móviles y hacía como esculturas, tenía su propia fauna. Uno de los objetos más importantes era el obispo del rey, que era una raíz, un sarmiento muy retorcido que lo había vestido y le daba de comer, también le daba de comer a animales muertos. Era una especie de juego y de ritual, como una ceremonia. Fabulaba en torno a eso. También armaba móviles con distintos tipos de peines femeninos. Eran sus pequeñas esculturas con las que se divertía enormemente. Tenía un cuarto muy modesto como taller. Allí hacía todas las manipulaciones con los objetos y también allí mismo escribía.


Julio Cortázar

–¿Albacea es lo mismo que apoderado?
–No, no, Aurora, su ex mujer, es la apoderada de los textos de Cortázar. En el testamento nos nombró a Gladys, mi mujer, y a mí para que decidamos juntos acerca de los inéditos. Como albaceas literarios tenemos, por su voluntad, el derecho de conservar, editar o destruir lo que queramos. Así lo dice en el testamento. Pero nada destruimos. Habría que ser Dios para hacer una cosa así.
–¿Y qué editaron?
–Editamos las dos novelas: El examen y El divertimento. Escritas entre el ‘50 y el ‘53. Una de estas novelas las mandó a un premio literario. Pero no sólo no la eligieron sino que además la censuraron. A mí me parecen extraordinarias, ambas. Estaban en sus cajones casi listas para ser publicadas. Tal vez él las consideró como obra menor. Sucede que años después aparece con Rayuela y él entró en una dinámica de avance con un movimiento editorial descomunal. Ese momento le impedía ir para atrás, razón por la cual las novelas quedaron sin publicar. Eso no quiere decir que no las hubiese publicado alguna vez. Antes de escribir novela, Cortázar teoriza, escribe la teoría del túnel. Allí está la poética de Rayuela. También se publicó Imagen de Yonqui que es lo más singular, en la Argentina y en España.
            –¿Recuerda cómo fueron los preparativos del histórico viaje por la autopista?
–Era un viejo proyecto sumamente representativo de su concepción del juego y su actitud de vida. Para él era como la expedición de Livingston. Algo así como descubrir las fuentes del Nilo. El juego estaba reglado como todos los juegos. Ellos podían hacer cuatro paradas por día, las paradas debían ser hechas en estaciones de servicio. Claro que no todas las estaciones de servicio son iguales, algunas tienen mercaditos, otras áreas de recreo y están aquellas que no tienen nada. Caer en una que tenía un hotel era un paraíso, de lo contrario usaban la combi y se metía en zona de bosque o en una playa contigua a Saint Tropez. Allí podía estacionar sobre la playa y escribía. Al principio tenían problemas de aprovisionamiento. La permanencia era ilegal, razón por la cual él manda una carta pidiendo autorización. La respuesta tarda mucho en llegar, llega después de la edición del libro. La carta era maravillosa, plena de humor, escrita por un funcionario inteligente. Cuando termina el viaje, su mujer Carol Dunlop enferma de una mielitis, que es una enfermedad de la médula espinal, justamente el opuesto a la enfermedad de Cortázar, la leucemia. Ella pudo haber sido salvada, se necesitaba una médula. Había familiares que estaban dispuestos, pero no encontraron la médula compatible. Posteriormente Cortázar traduce los textos de Carol al castellano.
–¿Después de Rayuela usted cree que hay alguna obra comparable en la producción de Cortázar?
–No, Rayuela es la consumación de toda la obra novelística de Julio. Hay obras preparatorias en un sistema de representación, como 62, modelo para armar, que es el desarrollo de un capítulo de Rayuela. Cuando decidió adoptar la escritura de Rayuela adoptó un registro que dominaba. Era un estilo completamente asimilado. Y luego, siempre habló de otra novela. No hay textos, manuscritos o preparación de esa novela. En nuestras conversaciones expresaba el deseo de escribir una novela reuniendo a todas las mujeres que habían intervenido en su vida.
–¿Qué dijo Cortázar cuando volvió de su último viaje a Buenos Aires?
–Él fue a Buenos Aires con sus últimas energías. Su salud se deterioraba rápidamente pero no tenía intención ninguna de morirse. Había una esperanza. No se resignaba, luchaba con todas sus fuerzas. Volvió triste.
–Buenos Aires es una ciudad difícil hasta con los grandes: su visita pasó bastante inadvertida.
–Es que acontecía un cambio político muy grande. Cortázar ha sido leído siempre con la misma adhesión y civilidad en la Argentina, aun durante las dictaduras. Lo prueban las ventas totalmente estables. Claro que, independientemente de los lectores, que con ellos era su pacto, también fue ignorado, devaluado y hasta marginado por cierta crítica.
–Hay escritores que escriben en una cama como Paul Bowles u Onetti. Otros se someten a una férrea disciplina. ¿Qué tipo de escritor era Cortázar?
–Cortázar era partidario de escribir como si improvisara jazz, de la inspiración. Creía en, por así decirlo, la visita de los dioses. No estaba sujeto a una disciplina. Corregía poco, todo le salía casi naturalmente. Para él, escribir era como un juego fácil y divertido.
            –¿Qué es lo inmediato por publicar?
 –Mi mujer y yo estamos trabajando sobre la correspondencia de Cortázar. Escribía cartas a cientos de personas, era como una máquina de escribir. Se carteó con ignotos lectores durante años, con personas que tenían lecturas profundas de su obra. Hay muchas cartas y están muy dispersas, recopilar todas las cartas es un trabajo enorme, a fin de año saldrá en la Argentina el volumen de la correspondencia de Cortázar que es casi como su biografía, en realidad, reemplaza a la biografía. Es sumamente divertida, como lo fue él, un hombre con la mirada de un niño imaginando nuevos mundos, mundos imposibles de olvidar. 

Buenos Aires, Página 12, 25 de julio de 1999


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