lunes, 2 de julio de 2012

Francesco Piccolo / Momentos de indavertida felicidad

Francesco Piccolo

Momentos de inadvertida felicidad


PN 810
Estás en la cola del supermercado, o parado en medio de un atasco, o esperas a que tu novia salga del probador de una tienda de ropa, en fin, que estás algo distraído, cuando, de repente, la realidad que te rodea parece confluir hacia un único punto y hace que éste resplandezca. Y entonces te das cuenta de que acabas de encontrarte con uno de esos momentos de inadvertida felicidad. A medio camino entre Me acuerdo de Perec y las implacables leyes de Murphy, Francesco Piccolo pone al desnudo con despiadado sentido del humor los placeres más inconfesables, los tics, las debilidades con las que todos, tarde o temprano, hemos de bregar. Porque sólo reduciendo a añicos la realidad se logra atrapar por la cola –siquiera un instante– el sentido más profundo de la vida.
«Leed este libro, es probable que a veces os parezca estar delante de un espejo. Y os entrarán ganas de reír. Tal vez con una punzada de amargura» (Stefano Clerici, La Repubblica).
«Es un catálogo de lo cotidiano... Como todos los catálogos, los repertorios, las listas, es fascinante» (Chiara Valerio, l’Unità).
«Tan inclasificable como sorprendente» (Francesco de Core, Il Mattino).







He disfrutado mucho con este libro, un compendio de recuerdos, anotaciones y reflexiones de este autor italiano, del que hace poco recomendé Escribir es un tic. Piccolo escribe sobre cosas cotidianas, sobre asuntos y anécdotas que todos, en mayor o menor medida conocemos, como esa cena de amigos a la que cada pareja lleva una botella de vino que nunca se abre (y Piccolo nos aclara el destino de esos obsequios), o de la manera en que el tiempo parece detenerse cuando estás viendo una obra de teatro y tienes la impresión de estar atrapado, de no poder salir. Casi todos los fragmentos se preguntan algo o bien son una especie de fogonazos de alegría, de recuerdos que entusiasmaron al autor, de sensaciones inolvidables que, como digo, muchos conocemos. Pero prefiero detenerme aquí y copiar unos ejemplos:

Cuando la mujer con la que duermo ha llegado a comprender que cada uno tiene que dormir en su lado. Que puede abrazarse antes, o cuando nos despertamos por la mañana, pero cuando se duerme es necesario que cada uno vaya a lo suyo. Dividiendo la cama con la misma meticulosidad con que se trazaba la línea de división del pupitre, en el colegio.

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[…]
¿Por qué los niños no repiten nunca delante de los demás las cosas extraordinarias que han hecho sólo un minuto antes delante de sus padres?
¿Por qué, al discutir violentamente sobre cuestiones de política, en un momento dado alguien dice: en el fondo, estamos diciendo todos lo mismo, pero de manera diferente?

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La primera película al volver de vacaciones, los últimos días de agosto, cuando se perciben de manera diferente todos los olores del cine: de las butacas, del celuloide, de las palomitas de maíz, de los aseos.

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Cruzar la mirada con la del camarero y hacerle una señal con un imaginario bolígrafo moviéndose en el aire, un gesto sin sentido que el camarero siempre comprende.
Y me gusta cuando llega la cuenta, y hay alguien que hace la división al vuelo, aunque sea complicada, con céntimos.

[Traducción de Xavier González Rovira]






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