sábado, 4 de junio de 2016

Esteban Carlos Mejía / Yo colonizo, tú me expropias


Esteban Carlos Mejía

Yo colonizo, tú me expropias…

El Espectador
3 de junio de 2016

Cuando yo era chiquito le oí decir a un antropólogo que la colonización antioqueña solo había dejado putas y maricas en Caldas, Risaralda y Quindío, esa comarca que los grecoquimbayas aún llaman con melancolía el Viejo Caldas.
¿Me escandalicé? No creo. ¿Para qué? Lo poco que había leído sobre ese acontecimiento estaba enrarecido por loas, cantos y salves al “hacha que mis mayores me dejaron por herencia”, a la marrulla de los paisas y a “la segunda trinidad bendita”: frisoles, mazamorra, arepa. Gracias a los dioses sobrevivimos a tanto embeleco.

Tuvo que aparecer 1851, de Octavio Escobar Giraldo (ediciones Desde Abajo, abril de 2016), para que las cosas cambiaran y mi percepción sobre arrieros y campesinos de esa época se trastocara de fastidio y displicencia en admiración y respeto. 1851 es un folletín de cabo roto, al estilo de los versos de cabo roto que tanto hechizaban a don Quijote, narrado en entregas mensuales de septiembre de 1850 a septiembre de 1851, un año de travesías, desapegos, mulas, contrabando y peleas a machete.
El protagonista es Juan Escobar, un muchacho de Abejorral, Antioquia, que marcha hacia el sur, a Salamina, en busca del fulgor de la riqueza. Mes a mes nos vamos enterando de la zozobra de lo desconocido, desde la ilusión de las minas de oro en las montañas de Pácora y Marmato hasta la guerra conservadora contra el gobierno liberal (¿socialistoide?) de José Hilario López, pasando por el adulterio contenido pero avasallador de Juan y Serafina. La vida de Juan, con su misteriosa desaparición al final de la novela, es el pretexto de Octavio Escobar para reinventar y reescribir la colonización antioqueña sin candor ni folclorismos
Ahora bien, para ciertas personitas que conozco, toda novela que no mencione a Bogotá es una novela local, provinciana, costumbrista, difícil de vender, lo peor de lo peorcito. En cambio, cualquier novela que hable de Chapinero, Rosales o el Bronx es universal, cosmopolita, trascendental,best seller en ciernes, lo mejorcito de lo mejor. Ocurre que 1851 no es costumbrista. Es una provocación a las almas cándidas de Manizales y una incitación al rencor de las demás provincias de Colombia, incluyendo a Tuluá, Envigado y Macondo.
Además, es una novela seria, muy seria, repleta de ironías, digresiones históricas, literarias y botánicas, rigurosa, para hacernos ver que el tiempo parece haberse momificado. Los crímenes, injusticias y engaños de la Concesión Aranzazu, a mediados del siglo XIX, en nada desmerecen de los delitos, abusos y artimañas de la restitución de tierras en los montes de María, ahora, en 2016, más de 160 años después de los sucesos de1851. Y viceversa. Entonces: honor a la valentía y a la clarividencia de Octavio Escobar. ¡Que siga escribiendo así!

EL ESPECTADOR






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