jueves, 16 de marzo de 2017

La belleza rota de Lucia Berlin, póstuma y triunfante


Lucia Berlin


La belleza rota de Lucia Berlin, póstuma y triunfante

domingo, 25 de diciembre de 2016

Roberto Careaga C.
Literatura
El Mercurio


Publicado el año pasado en inglés, y en 2016 en español, el libro "Manual para mujeres de la limpieza" recoge los mejores relatos de una autora prácticamente desconocida que ahora ha pasado a la primera línea de los cuentistas estadounidenses del siglo XX. 



Estaba sola, por eso Lucia Berlin empezó a escribir. Así al menos se los dijo a dos estudiantes de la Universidad de Colorado, Estados Unidos, en 1996, donde ella daba clases. A sus 60 años, tenía tres recopilaciones de cuentos publicados y, sin embargo, era casi una desconocida. Tras una vida llena de quiebres y abandonos, aunque también algo de esplendor y felicidad, Berlin había dejado de moverse. Instalada en la ciudad de Boulder, escribía y daba clases de literatura. Ya en ese tiempo arrastraba a todas partes un tubo de oxígeno: más que tanto fumar, fue la escoliosis la que terminó por dañarle un pulmón. Debía tener uno a su lado cuando le dijo a sus alumnos: "Empecé a escribir para arreglar la realidad".
Nacida en Alaska en 1936, Berlin creció siguiendo las destinaciones de su padre geólogo por Chile, México y diversos campamentos mineros de Estados Unidos. Aunque fue a fines de los 70 que empezó a forjar una obra, empezó a escribir a inicios de los 60 y, les dijo a sus alumnos en Colorado, fue para encontrar tranquilidad: "Cuando empecé a escribir estaba sola. Mi primer esposo me había dejado, echaba de menos mi casa, mis padres me repudiaban por haberme casado tan joven y luego divorciarme. Simplemente escribí para ir a casa. Era el lugar donde me sentía a salvo", contó, y añadió: "Escribo para arreglar en mi cabeza un momento o un hecho. Es por claridad emocional. Para ver lo que realmente siento por algo".
Hechos con retazos de su biografía, los cuentos de Berlin son historias de mujeres trabajadoras, con el dinero justo para criar a sus hijos, casi siempre golpeadas por abandonos y exceso de alcohol. Piezas de una memoria enhebrada por la pérdida, la amargura y la soledad que, sin embargo, nunca ceden al melodrama y, casi siempre, están escritos en un idioma luminoso y conmovedor. "Berlin es implacable, no se anda con contemplaciones, y aun así la brutalidad de la vida siempre queda atenuada por su compasión ante la fragilidad humana, por la inteligencia y la agudeza de esa voz narrativa, y su fino sentido del humor", anotó la escritora estadounidense Lydia Davis en el prólogo de "Manual para mujeres de la limpieza", una antología de sus cuentos que ha sacado a Berlin del secreto.
Publicado el año pasado en inglés, el volumen recoge 42 relatos que Berlin publicó en diversos libros. Impulsado por la propia Davis, y los escritores Stephen Emerson y Barry Gifford, apareció doce años después de su muerte, ocurrida justo el día en que cumplía 68 años. Y se transformó en un hito literario cuando The New York Times eligió a esa "reveladora colección" como uno de los cinco libros del año, "Manual para mujeres de la limpieza" corría en boca de autores y críticos como un descubrimiento formidable. "Hace un mes nadie sabía de Lucia Berlin", decía en agosto del 2015 Edmundo Paz Soldán. "Llegó a ganar un National Book Award y luego fue olvidada, hasta ahora, que aparece este libro para asegurarle un lugar de privilegio en la lista de grandes cuentistas norteamericanos. El aplauso ha sido unánime y merecido", añadía.
Tras años de publicar en pequeñas editoriales, Berlin fue lanzada al estrellato mundial póstumo por la poderosa editorial Farrar, Straus and Giroux y en 2016 "Manual para mujeres de la limpieza" apareció en español al alero de Alfaguara. Y sucedió lo mismo: sus relatos desgarbados, pero plagados de epifanías sedujeron a los lectores hispanos y el libro hoy aparece en casi todas las listas de recuentos del año, incluida la de El País. Un lector tan especializado en literatura estadounidense como el argentino Rodrigo Fresán llegó a escribir: "¿Estará mal decir que me parece mejor que Raymond Carver; que el desesperado sentido del humor de Berlin es más sentido que el del autor de 'Catedral'; que ese hombre jamás se atrevió a poner por escrito dentaduras postizas o bolsas de colostomía y brasieres que explotan o salas de emergencias y centralitas de hospital o lavaderos automáticos o prisiones o clínicas de abortos y de desintoxicación o asilos de ancianos con la 'gracia' de esta mujer?".
La emoción verdadera
Nacida como Lucia Brown, en 1958 la escritora se casó por segunda vez, con el saxofonista de jazz Buddy Berlin, y se quedó con su apellido. Instalados en Nueva York, vivió un fugaz inicio literario. Tuvo agente, publicó cuentos en la revista de Saul Bellow, The Noble Savage, llegó a escribir dos novelas (que destruyó) y siendo una joven promesa ligeramente conocida en el ambiente neoyorquino, se paseaba por el Greenwich Village mientras Ginsberg y Kerouac asistían a los recitales de John Coltrane y Ornette Coleman. "Una era excitante", dijo en una entrevista para la revista Gargoyle en 1990, en la que justo después le preguntaron por qué había dejado de escribir por 25 años: "Sí, paré de escribir, me casé tres veces, tuve cuatro hijos. Mi último divorcio fue en 1970. Crié cuatro hijos sola, enseñé en colegios, fui cada vez más alcohólica", respondió.
Berlin publicó 76 cuentos, en revistas y libros, y casi todos fueron recogidos en tres volúmenes "Homesick" (1990), "So long" (1993) y "Where I live now" (1999). De aquellos, los que fueron antologados en "Manual para mujeres de la limpieza" pueden leerse como gran relato de su existencia: la historia de una adolescente estadounidense criada con la aristocracia chilena en los 50, que luego deambula entre matrimonios que fracasan, tiene una serie de trabajos temporales en consultas médicas, haciendo la limpieza en casas particulares, como profesora, y lidia con un alcoholismo que, por ejemplo, la despierta a las cuatro de la mañana y la hace caminar cuadras para comprar una botella de vodka que bebe mezclada con jugo de grosellas mientras prepara el desayuno para sus hijos antes que se vayan al colegio. A esa narradora, que casi siempre podría ser la misma Berlin, la acechan los recuerdos de Chile y México, su madre inaccesible y frustrada, su abuelo alcohólico y abusador. Nunca la movió la amargura.
"Mis cuentos parecen sobre mí, pero usualmente es cuando siento amor hacia otras personas que vienen los cuentos. No puedo escribir pensando en mí todo el tiempo. Creo que se trata de un estado muy espiritual. Es casi como una religión. Suena cursi, pero es como rezar o cantar un himno o algo así. Y si me siento mal, no voy a escribir. Necesito estar en un estado muy positivo", dijo Berlin en esa entrevista en 1996 en Colorado. Y agregó: "Simplemente escribo lo que me parece emocionalmente verdad. Para sentir emocionalmente la verdad. Así fluye el ritmo y creo que la belleza, porque estás viendo con claridad".
Berlin contaba que desde niña les relataba historias a todos quienes quisieran escucharla. "Deja que te cuente mi aventura", era su frase típica según sus compañeras en el Santiago College, y así lo anotaron en anuario del último año. Pero formación literaria nunca tuvo, salvo la lectura. Los cuentos de Chejov fueron su modelo, como también la poesía estadounidense, especialmente de William Carlos William y Robert Creeley. "Aprendí de ellos a escribir con la mayor claridad y simpleza posible, al estilo del modo de hablar americano. Escribir desde la vida real, sin embellecerla. Creo que esa fue la mayor influencia que tuve. Me ayudó como joven escritora a no presumir, evitar lo romántico y a no intentar ser divertida, solo dejar que la historia sea ella misma", contó.
Sin instrucción formal en la escritura, ahora Berlin ha sido situada en torno al realismo sucio estadounidense de los 70 y 80. Y, por supuesto, junto a Raymond Carver, a quien ella veía como un par. "Escribía como él incluso antes de leerlo. Nuestros estilos vienen de nuestras raíces similares. No muestres tus sentimientos. No llores. No dejes que nadie te conozca, blablablá", dijo la autora. Pero allá donde Carver es puro control y frialdad, Berlin escribe con soltura, casi de manera intuitiva y no es raro que sus finales sean menos golpes de efecto que puertas abiertas. Pero ingenua no era: en el relato "Punto de vista", la narradora es justamente una escritora que nos va contando cómo enfrentar a los personajes del cuento que escribe, desde dónde construirlos y qué perspectiva asumir. Es un alarde técnico, y una forma no tradicional para involucrar al lector.
La ambición póstuma
"Lucia Berlin conquista por la soltura de su prosa, su irónica mirada sobre lo humano y su carga autobiográfica, que la torna entrañable", asegura el dramaturgo chileno Marco Antonio de la Parra, otro seducido por la autora. Mientras que el periodista Héctor Soto añade: "Sus relatos son raros, aparentemente desestructurados y desafiantes. Sus personajes son gente dañada, pero al mismo tiempo fuertes y con cero autocompasión. Estos magníficos cuentos desafían muchas de las convenciones del género. E invariablemente salen triunfantes. 'Manual para mujeres de la limpieza' revela a una autora excepcional".
Según Soto, el caso de Berlin recuerda al de John Williams, un autor olvidado y hoy aclamado por una novela que publicó en 1965, "Stoner". Aunque Williams tuvo cierto éxito , la carrera de Berlin fue pura discreción y rechazo: su cuento "Manual para mujeres de la limpieza" fue rechazado en revistas 13 veces. Para el narrador argentino Patricio Pron, se trata de algo no solo literario: "Su exclusión hasta este año de la lista de los grandes cuentistas norteamericanos ratifica al menos parcialmente que los excluidos (no solo) de la literatura son siempre los mismos: pobres, homosexuales, inmigrantes, negros, mujeres. Lucia Berlin fue mujer y fue pobre, y esa doble condición la excluyó pese a la evidencia (constatable por fin para quien lo desee también en español) de que se trató de una de las mejores autoras estadounidenses de relatos del siglo XX", escribió en Revista Ñ de Clarín.
"Siempre he tenido fe en que los mejores escritores tarde o temprano suben, como la nata montada, y acaban por cosechar el reconocimiento que se les debe: se hablará de su obra, se les citará, se comentarán en clase, se llevarán a escena, al cine, se les pondrá música a sus textos, se recogerán en antologías. Quizá con el presente volumen, Lucia Berlin empiece a recibir la atención que merece", escribió Lydia Davis.
Aunque a Berlin que no le interesó nunca ganar dinero con lo que escribía ni tampoco lograr elogios de The New York Times, sí pensaba en el futuro: "Me encanta la idea de que quizás me lean en mucho tiempo. Me encanta la idea de que alguna niña vaya a la biblioteca un día y descubra uno de mis libros. De alguna forma, soy muy ambiciosa", aseguró.
"Cuando empecé a escribir estaba sola. Escribí para ir a casa. Era el lugar donde me sentía a salvo", dijo Berlin.
"Siempre he tenido fe en que los mejores escritores acaban por cosechar el reconocimiento que se les debe", dijo Lydia Davis sobre Berlin.





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